jueves, 25 de febrero de 2016

La medicina incierta y la enfermería.



La medicina es incierta. Menos de lo que parece pero más de lo que nos gustaría. Y es en la incertidumbre donde a veces uno necesita buena compañía. Más de dos días sin ver a la enfermera con la que trabajo y ya la echo de menos. Por razones diversas en los últimos años me ha tocado compartir en el mismo cupo tareas con tres enfermeras. Y siendo cada una distinta, con todas ellas me he sentido acompañado. A todas las he buscado cuando he sentido la necesidad de compartir preocupaciones o reflexiones acerca de alguno de los pacientes que atendemos. En todas ellas intento apoyarme en el trabajo cuando lo necesito y siento que ellas han hecho y hacen lo mismo.

Hay muchas otras enfermeras en el centro de salud en el que trabajo. A veces nos cruzamos miradas de preocupación, de mucha preocupación, cuando atendemos alguna emergencia. Y otras veces echamos risas compartiendo anécdotas y bombones y pastas que algún paciente deja por allí. Ellas de vez en cuando me sacan de un apuro cuando me ven atascado ante un problema por resolver y  también me tienen que aguantar cuando despotrico contra el mundo en esos momentos en los que no estoy para nadie. Me cuesta de vez en cuando entender porque han estado en ese momento tan picajosas, y aprendo, aprendemos, y en definitiva, trabajamos juntos.

Por eso me cuesta tanto entender tantas cosas en estos días. Me cuesta entender los compartimentos estanco, me cuesta entender las separaciones y las segregaciones, me cuesta entender las restas en vez de las sumas...y me cuesta entender los silencios. Es por eso, igual, que necesito escribir una entrada como ésta. Para decir que me cuesta entender por qué las guerras civiles siempre las inician y las alientan aquellos que no pisan las trincheras. Y me cuesta entender porque logran que entremos en su juego.

Trabajo con muchas enfermeras. Y en estos días de andar con pies de plomo siento que trabajamos  con más cuidado y respeto. Y eso hace que me sienta satisfecho de trabajar donde trabajo y con la gente que trabajo. Pero esa no es la solución. Me gustaría que terminaran estos días porque no nos los merecemos. Ni los profesionales sanitarios, ni los pacientes a los que atendemos.

Me gustaría que dejara de ser incierta la medicina donde antes no lo era.

(así que por favor, pido que se derogue el real decreto 954/2015 )

martes, 9 de febrero de 2016

Causas y azares


No nos gusta hacer pronósticos. No nos gusta hacerlos en la consulta porque viene a ser como un reto al destino o al futuro, un acto de soberbia. O una especie de exorcismo para ahuyentar la incertidumbre. Hacer un pronóstico es crearnos la falsa ilusión de que controlamos el por-venir. Necesitamos aferrarnos a una mínima certeza, aunque sea una certeza que no nos guste, pero una certeza al fin y al cabo.

Es en ese momento, en el de los pronósticos, cuando solemos hablar mucho y decimos cosas vacías y en ocasiones sin mucho sentido. Es en esos momentos cuando más cuesta el silencio. Queremos con palabras minimizar la angustia, ofrecer una solución improbable y vamos transitando de la ciencia a la creencia acuciados por fantasmas y miedos. Los ajenos y los propios.

Y cuando hacemos un pronóstico desconocemos todas aquellas cosas que se van entretejiendo por debajo de lo visible y lo evidente. Algunas veces las desconocemos y otras no las vemos aunque estén delante de nuestras narices. Ponemos plazos a la vida y ni siquiera es segura nuestra presencia cuando ese plazo venza. Pero es costoso el silencio de la prudencia y nos rendimos a la necesidad de las certezas inciertas que la ansiedad alienta. 

“Esa mañana fuimos a la consulta del médico del pulmón y a la tarde a mi marido le dijeron que no tenía remedio” Ni siquiera lo dijo en un tono duro que reflejara lo perra que es la vida a veces. Tampoco de resignación. Era un tono como de disculpa, para que entendiera el por qué de esa desconfianza hacia lo que yo le decía, y su necesidad de certezas. Me quedé pensando, de nuevo, en lo que cambia la vida en cada momento. En el momento, muchas veces, en el que se cruza la puerta a la que más miradas dedico a lo largo del día.





martes, 2 de febrero de 2016

Indemorables (II)


Contaba una compañera que era sorprendente ver hace unos días una cola de al menos 30 personas en la ventanilla de admisión del servicio de urgencias de uno de los hospitales de nuestro entorno. Y además era visible desde esa misma fila la evidente saturación del servicio de urgencia con una demanda que casi desbordaba, en esta época de gripe, la capacidad del mismo. “Y allí nadie se echó para atrás” apuntalaba. Me llamaba la atención saber cuales serían las expectativas y las motivaciones que tendrían esas personas para esperar durante un tiempo prolongado a que se les atendiera en un entorno de prisas y tensión por un problema de salud que, al menos los que seguramente padecían los componentes de esa fila, se podría resolver en, por ejemplo, el ámbito de la atención primaria. Eso sin contar con hacer frente a la situación de ser atendido por profesionales saturados, cansados, es posible que desbordados y con cara de enfado. 

Los pacientes expresan los motivos para  tomar la decisión de acudir al médico como urgente o indemorable refiriéndose pocas veces a un malestar insoportable.. Suelen ser otras las razones que aparecen cuando escarbamos un poco en el origen de la decisión. En ocasiones su motivo tiene que ver con la preocupación de que sus síntomas sean el inicio de alguna enfermedad grave cuyo pronóstico es fundamental en función de la rapidez del diagnóstico. No es infrecuente además que en este tipo de consultas la preocupación tenga origen en algún comentario o indicación de alguien del entorno; amigos, familia, etc…que son los que encienden la luz de alarma. En otras ocasiones el motivo es la incapacidad, imposibilidad o adecuación de acudir a una consulta médica en días y horarios normales para tales efectos por causa del trabajo u otras obligaciones el cuidado de los nietos, por ejemplo). Terminar con la sensación de incomodidad que producen determinados síntomas de patologías, aunque sean banales, y se sepan como tal, suele ser otro de los motivos: la mujer que tiene cistitis y por experiencias previas sabe lo molesta que puede ser y lo rápido que puede ser tratada y a la que le resulta difícil esperar uno o dos días a que su  médico le reciba para poder iniciar un tratamiento. O a quien una rinorrea acuosa o una tos nocturna le generan una molestia que empieza a repercutir en otras áreas de su vida y quiere “algo” que le quite esos síntomas cuanto antes.

Educar al paciente lo planteamos como informar, señalar signos y síntomas de alarma, dar consejos e instrucciones para el manejo en fases iniciales de la enfermedad, etc. pero puede que esta estrategia suponga el estar hablando en una longitud de onda distinta a la del paciente. Es posible, incluso, que todo eso ya lo sepa. El valor de interesarse por los valores y creencias que están detrás de la decisión de acudir como urgentes está en saber adecuar nuestra conducta para abordarlos ya sea tranquilizándolos, desmontándolos con argumentos, pactando en situaciones concretas , reforzando conductas adecuadas, siendo comprensivos con los motivos aunque mostrando “nuestra otra versión” de los hechos.


Existe otro concepto al que creo que es necesario apelar en el tema de la atención urgente: la co-responsabilidad. Trasladar la idea  de que la consulta es de la totalidad del cupo y deslizar el argumento de que el buen funcionamiento de la consulta depende del uso adecuado que hagamos todos: personal del centro de salud y ciudadanos que acuden. Una idea a transmitir a través de detalles en comentarios, gestos, “normas” de las que nos dotamos entre todos, etc.. y a lo largo del tiempo y no en el momento en el que los intereses de las partes son diversos y encontrados y nuestra capacidad de escucha esté más que probablemente disminuida. 

(la imagen es una ilustración de Niki De Saint Phalle )