jueves, 4 de enero de 2018

El post no escrito.

Todos los días de 2018 se me ocurre un post para escribir en este blog. Cada día se me ocurre uno distinto, hablando de lo mismo pero de formas diferentes. Se me ocurren durante el trayecto que hago en el coche de casa al trabajo o del trabajo a casa. Se me ocurren a veces cuando voy con prisas (de momento en el trabajo este año todos los días todo es con prisas) o cuando dejo un minuto entre paciente y paciente para resoplar y coger aire.

Ninguno de los que se me ocurren me acaban de convencer del todo. Bien sea por la autocensura, por no escribir desde el cansancio y el enfado o por creer que no merece la pena, cada día cada post pasa de largo y se pierde en dónde sea.


Cada año todo es un poco peor y cada año las razones son más etéreas e impersonales. No existe la responsabilidad concreta, todo se enmaraña en razones sociológicas y organizativas varias. Se dice que se sabe, que se tiene en cuenta, se deslegitiman razones y quejas, se dice que se utiliza la anécdota para definir generalidades, y cuando la tensión sube se apela a razones monetarias.  


Cuatro de Enero. Pienso que el enemigo está en casa. Lo se cuando miro y no lo veo. Lo se cuando se nota la ausencia y lo imagino, en el mejor de los casos, sentado en una mesa y cruzando los dedos para que todo pase cuanto antes. Y luego, dentro de unos días, recibiré un correo electrónico, compungido, agradeciendo los servicios prestados y haciéndome saber la solidaridad con mi cansancio y malestar. Será esa la señal que indique que dejamos de ser mercenarios de la salud y volvemos a ser ejecutores de planes, innovadores y salvadores, que eleven la calidad de la atención a la ciudadanía. 

Todos los días se me ocurre un post  Hoy tampoco lo escribiré. Lo dejaré pasar. Y cruzaré los dedos para que hoy tampoco haya pasado nada irreparable.